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Paquete 4. El pasado imaginado

Paquete 4. El pasado imaginado

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Especial Año Periodo
99 2021 Octubre

El pasado imaginado Parte 1

Leonardo López Luján, Eduardo Matos

Éste es el primero –obra del doctor López Luján– de cuatro números dedicados a las artes plásticas y la arqueología. Estudiando magníficos ejemplos plásticos de diversas culturas y periodos históricos, comparándolos, contrástandolos, López Luján nos ofrece un recorrido sobre la arqueología –p.e. la Casa de las Águilas– y las artes plásticas en el periodo prehispánico, y lo mismo hace, con notoria habilidad, con el llamado periodo colonial, hasta llegar aproximadamente a 1821. En ese recorrido, además de notables edificios, códices, mapas, etc., el autor nos presenta y explica personajes, anticuarios, coleccionistas, así como obras de pintura, grabado, escultura y arquitectura, todo acompañado de una gran erudición.


Presentación

Los cánones para apreciar el arte occidental no son válidos para aplicarlos a los pueblos de Mesoamérica; en efecto, son otras las categorías que prevalecen en estos últimos. No es fácil, pues, acercarse al pensamiento y las obras de sus creadores. Pero no se trata aquí de ver las variadas maneras de apreciar el arte prehispánico por diferentes estudiosos, sino de observar cómo éstas quedaron plasmadas por medio de dibujos, grabados y pinturas a lo largo de varios siglos que cubren las etapas prehispánica y colonial. A esta tarea se entregó el doctor Leonardo López Luján.


Periodo prehispánico. Centro de México (1440-1521)

No es difícil imaginar a grupos de artistas posados frente a los vestigios, observándolos detenidamente, memorizándolos hasta en el más nimio detalle y trazando detallados bocetos sobre hojas de papel amate, pieles o lienzos, siempre con ayuda de pinceles o cálamos y de tintas de diversos colores. Así, por ejemplo, los mexicas no usaron las mismas materias primas que sus antecesores, ni tampoco reprodujeron con exactitud sus soluciones técnicas, dimensiones, cánones o iconografía. La intención era revivir el pasado, sí, pero reinterpretándolo y resignificándolo para responder a las necesidades de un eterno presente. Así florecieron las corrientes estéticas arcaizantes que, por sus fuentes de inspiración, hemos denominado “neoteotihuacana”, “neoxochicalca” y “neotolteca”.


Periodo colonial. Nueva España y Guatemala (1521-1821)

La demonización del pasado explica la invisibilidad del mundo prehispánico en la pintura, el grabado, la escultura y la arquitectura del mundo católico novohispano. Aun así, se produjeron obras plásticas notables, como representaciones de pirámides, dibujos, mapas, estampas, etc., muchas de ellas en estudios de exploradores que se aventuraron en varios sitios arqueológicos.


Ocaso del periodo colonial. Arquitectura neozapoteca (1802-1803)

Mucho se ha escrito sobre el orgullo que los habitantes de la Nueva España sentían en el ocaso del periodo colonial por los vestigios materiales del pasado mesoamericano. Eran para ellos evidencias incuestionables de la existencia de sociedades civilizadas en el Nuevo Mundo con antelación a la llegada de los europeos. Esa multivalente admiración por el rico legado arqueológico de tiempos prehispánicos se expresó entonces por muy diversas vías y una de ellas fue la de la arquitectura. Por ello, estas últimas páginas se dedican al análisis de una edificación historicista a todas luces revolucionaria en su concepción: la Casa Episcopal de la ciudad de Oaxaca.


Para leer más…



Especial Año Periodo
100 2021 Diciembre

El pasado imaginado Parte 2

Eduardo Matos Moctezuma

Presentación

En las siguientes páginas se observa el aporte de investigadores, viajeros y artistas, muchos de ellos extranjeros, otros mexicanos, que de una u otra manera fueron dejando su huella, ya fuera en el Centro, el Occidente, los Valles Centrales de Oaxaca, la costa del Golfo o la región maya, acerca de los monumentos y objetos que fueron motivo de su atención. Un aspecto relevante de todo esto radicó en la importancia que produjo en el extranjero un pasado que se presentaba ante la mirada de miles de personas que no sin asombro veían la obra de las distintas culturas de México. Como podemos apreciar, el siglo xix y los comienzos del xx fueron testigos de la revaloración de monumentos y hechos en los que los artistas fijaron especialmente su atención. Las obras del pasado llegaban al presente para ser, una vez más, testigos de la historia…


El triunfo independentista o en busca de un pasado glorioso

La Independencia va a dar paso a una serie de acontecimientos en los que el mundo antiguo es revalorado desde diversos puntos de vista, entre los que se encuentran los de índole política y cultural. Tras el triunfo insurgente surge la bandera con franjas diagonales en colores verde, blanco y rojo, con estrellas sobre cada uno de ellos. El México prehispánico sería reivindicado e inclusive se le convertiría en un “pasado glorioso” en el que lo mexica iba a predominar de manera significativa en detrimento de otros pueblos indígenas, entre los que se encontraban aquellos que habían sido sometido por Tenochtitlan. A partir de entonces se va a crear el mito de lo que he llamado el “edén perdido…”, es decir, engrandecer un pasado cambiando la realidad a través de un pueblo específico. Un acontecimiento a todas luces relevante fue la instauración del Museo Nacional Mexicano el 18 de marzo de 1825.


Se abren las puertas del pasado

Durante la etapa colonial estaba vedado el ingreso a la entonces Nueva España a estudiosos de otras naciones que tenían conflictos con España. Ahora se abren las puertas a diversos ciudadanos extranjeros que deseaban conocer y estudiar el pasado del país. Ya por curiosidad, por aventura o por estudio, o la combinación de todo esto, el caso es que podríamos plantear que la presencia de estos individuos va a producir un buen número de documentos, tanto en forma de libros como de dibujos, grabados, litografías, acuarelas y otros más. A mediados del siglo se va a incorporar la fotografía, aunque se continúan produciendo obras con las técnicas señaladas, que nunca son desplazadas, hasta el día de hoy, aun por los nuevos aportes técnicos. Los artistas tienen un papel preponderante y acompañan en estas misiones a quienes llevan a cabo tan importante labor. A partir de aquel momento aparecen varios personajes que van a aplicar en sus recorridos la fotografía, el dibujo y la pintura en sus estudios de arqueología. Veremos a los más destacados de ellos y los libros en los que se encuentran sus escritos y materiales fotográficos.


El segundo imperio

Maximiliano llega a México como emperador el 28 de mayo de 1864. Un año antes el ejército francés había ocupado la ciudad de México. Napoleón III crea la Comisión Científica, Literaria y Artística de México, de la cual forma parte el abate Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, quien escribió varios libros sobre México. Otro personaje importante fue Désiré Charnay, cuyo nombre no aparece en la lista de miembros de la Comisión. Entre sus obras destacan: Álbum fotográfico mexicano y Cités et ruines américaines. En este apartado es necesario mencionar a Auguste Le Plongeon, quien llega a México en 1873 y pone atención en la región maya, donde visita Chichén Itzá, Uxmal y otros sitios.


El porfiriato (1877-1911)

Con el triunfo definitivo de Juárez sobre el imperio se van a dar avances significativos en diversos aspectos culturales. Mención obligada es el de la Escuela Nacional de Bellas Artes. En sus aulas se formaron muchos artistas, entre los que destaca el paisajista José María Velasco. Alcanzó grandes méritos y a él se deben pinturas al óleo como El baño de Nezahualcóyotl y el paisaje que muestra la Calle de los Muertos y la Pirámide del Sol. Fueron diversos los libros que se publicaron por entonces que contienen dibujos, grabados y fotografías de monumentos antiguos. Cabe destacar el coordinado por don Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos, dividido en tres partes, la primera de las cuales trata sobre el México prehispánico. A lo largo de casi un siglo, primero las artes plásticas y después la fotografía –o ambas– fueron los medios de que se valieron artistas y estudiosos, tanto nacionales como extranjeros, para dejar las presencias del pasado para el futuro. De igual manera vimos cómo ese pasado servía para diversos fines tanto de investigación como para asuntos de diversa índole



Especial Año Periodo
105 2022 Octubre

El pasado imaginado Parte 3

Este ensayo explorará, en consonancia con otros números especiales de Arqueología Mexicana, el uso que hicieron algunos pintores mexicanos del siglo XX de las investigaciones arqueológicas relativas a la antigüedad mesoamericana. Así de limitado, el tema requiere acotarse aún más: iremos desde las postrimerías de la Revolución hasta los años cincuenta. No abarcaremos todas las representaciones del mundo antiguo en la pintura mexicana, un asunto que requeriría más espacio; nos concentraremos en los casos donde puede encontrarse una interacción importante entre la arqueología y la pintura: obras pictóricas, dibujos o grabados que se inspiraron en los métodos de aquella ciencia, y arqueólogos que recurrieron a las artes plásticas para consolidar sus hipótesis.
La alianza entre estos dos saberes, la arqueología y la pintura, es consustancial a todas las formas de modernidad: en el Renacimiento los pintores italianos desarrollaron nuevos lenguajes pictóricos a partir del arte de la antigüedad clásica. En México, el diálogo entre la arqueología y la pintura tuvo un auge relativamente tardío: después de la Revolución, el nacionalismo mexicano se transformó.



Presentación

Eduardo Matos Moctezuma

La Revolución Mexicana trajo consecuencias que se manifestaron en muchos aspectos de la vida nacional. No sólo fue un cambio de régimen político, sino que se presentaron transformaciones en diversos órdenes como la economía, formas de organización social, la educación y otros más. El ámbito de la cultura también tuvo el impacto del movimiento armado y fue así como surgieron nuevas formas de ver el pasado y una nueva concepción acerca del contenido de las diferentes expresiones artísticas. En este especial de Arqueología Mexicana presentamos la manera en que nuestros artistas contemporáneos incorporaron en su quehacer algunas de las manifestaciones artísticas de los pueblos originarios. Para tratar sobre el tema, acudimos a un especialista en la materia, como lo es el doctor Renato González Mello, quien nos da en sus palabras una visión bien documentada de los principales exponentes que se manifestaron de diferentes maneras y dejaron su impronta en murales y otras expresiones, de manera que aquel pasado se convertía en presente.


La pintura y la arqueología. La modernidad y el estado

Propósito

Renato González Mello

El arte y la antropología, más concretamente la pintura y la arqueología, construyen formas sistemáticas de conocimiento. Dialogan con la política, pero no sólo con la política: someten sus avances, afirmaciones, publicaciones, excavaciones u obras a reglas que generalmente son muy estrictas, aunque no siempre se codifican por escrito. El diálogo entre la pintura y la arqueología permitió a cada una pensar en reglas diferentes o renovadas; brindó herramientas a pintores y arqueólogos para transformar sus actividades; cada una erigió a la otra como prueba o fundamento de sus hipótesis o procedimientos más aventurados o heterodoxos; finalmente, las dos aspiraron a renovar la percepción de la sociedad.


Ídolos en los murales

En 1914, Saturnino Herrán comenzó los bocetos para un tríptico destinado a decorar el Teatro Nacional, hoy Palacio de Bellas Artes, con el título de Nuestros dioses. Herrán hizo una buena cantidad de dibujos para esta obra (no todos se conocen), y sólo pudo realizar el primer tablero del tríptico antes de morir, al final de 2018. Se conservan tres bocetos acuarelados en escala de uno a uno, en cuya composición central aparece una amalgama de dos figuras: la figura de la Coatlicue del Museo Nacional, adornada con guirnaldas de cempasúchil, y una crucifixión subsumida en el centro del famoso monolito mexica. Las representaciones de la antigüedad mesoamericana y sus vestigios no era cosa nueva al iniciarse el siglo xx. Bastaría recordar los cuadros de José María Velasco, Daniel del Valle y José Obregón; lo que fue nuevo en el tríptico de Herrán fue que la figura de Coatlicue apareció como reivindicación.


Adolfo Best Maugard

En los años veinte, mientras cobraba fuerza el movimiento mexicano de pintura mural, otras alternativas se consolidaron y permitieron a otros artistas mexicanos seguir un camino distinto. En 1912 se publica una colección de dibujos que reproducen fragmentos cerámicos hallados en distintas excavaciones en la Cuenca de México, bajo la dirección de Franz Boas. Con algunas adiciones, se reedita en 1921, con un estudio preliminar de Manuel Gamio. Los dibujos son del artista Adolfo Best Maugard. Esta publicación forma parte de una larga controversia sobre la cronología de las culturas mesoamericanas.


Jean Charlot

El pintor francés Jean Charlot fue uno de los iniciadores del muralismo mexicano, y decoró la escalera de la Escuela Nacional Preparatoria en el mismo periodo (1922-1923) que Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros pintaron sus propias obras en otras partes de ese mismo edificio. En 1926, Charlot fue reclutado como dibujante para la excavación de Sylvanus G. Morley en Chichén Itzá. La colaboración del pintor fructificó en los dos volúmenes de The Temple of the Warriors at Chichén Itzá, Yucatan, publicados por Earl H. Morris y Anne Axtell Morris. El pintor francés participó como dibujante.


Miguel Covarrubias

Muy cercano a Adolfo Best Maugard, Miguel Covarrubias llevó este proyecto intelectual mucho más lejos. Si Best tuvo un impacto indudable en la práctica de la pintura en México, Covarrubias aspiró a dialogar en condiciones de igualdad con el saber arqueológico, colaborando en su articulación. Más joven que otros artistas de su tiempo, emigró a Nueva York y ahí tuvo una brillante carrera como caricaturista e ilustrador. Pero Covarrubias no ignoraba que las culturas mesoamericanas habían sido sofisticadas y bastante urbanas. En los años cuarenta, ya de regreso en México, se dedicó junto con Diego Rivera a coleccionar distintos artefactos precolombinos, muy especialmente figurillas del Preclásico.


Ana Teresa Ordiales

A partir de 1941, cuando se publicó el primer catálogo de su colección de arte prehispánico, Diego Rivera comenzó a desplegar diferentes estrategias para hacer pública su labor como coleccionista. Comenzó los planes para construir lo que terminaría por convertirse en el Museo Anahuacalli, y prestó su colección para sendas exhibiciones en México, particularmente “Arte precolombino del occidente de México”, inaugurada en 1946 en el Palacio de Bellas Artes. Las expectativas que Rivera depositó en esta colección requirieron de un estudio bastante complejo, y lo llevaron a reunir un inventario dibujado de las piezas. Los dibujos estuvieron a cargo de una de sus ayudantes: Ana Teresa Ordiales, aunque la intervención de Rivera puede adivinarse en algunos de los dibujos.


Los constructores y la estructura del Estado

Miguel Covarrubias no fue el último artista en conseguir que sus ideas incidieran en el debate arqueológico. En 1946, cuando Sylvanus G. Morley finalmente publicó The Ancient Maya, incluyó una sección sobre los métodos de trabajo de los antiguos escultores. Sus fuentes para este ejercicio no fueron los vestigios arqueológicos, sino los dibujos que Charlot elaboró especialmente para el efecto. En virtud de esas ilustraciones, este pasaje un tanto perdido en un libro del que se ha discutido bastante conserva una fuerza evocadora tan indudable como engañosa. Charlot había comenzado a ensayar una iconografía para la representación del trabajo en Cargadores, uno de los pocos tableros que pintó en la sep, y que además sobrevivió a la destrucción que hizo Diego Rivera de las aportaciones de sus colaboradores.


El arte mundial y la antigüedad mexicana

La reflexión general de las artes en México, sobre todo las que establecieron nexos más sólidos con las políticas culturales del Estado, siguieron otro camino. Aunque las alusiones arqueológicas les permitieron construir una noción de futuro, las restringieron en forma bastante estricta a la arqueología mesoamericana. Así, la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria (1952), que Juan O’Gorman diseñó con Gustavo M. Saavedra y Juan Martínez de Velasco, está completamente cubierta por mosaicos que se inspiran en distintos códices coloniales e indígenas. La propia traza del conjunto de Ciudad Universitaria emula la estructura de plataformas sucesivas característica de Monte Albán, la zona arqueológica que había estado a cargo de un especialista que luego sería rector de la unam: Alfonso Caso.


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Rafael Yela Günther: Indagaciones

Andrea García Rodríguez

La búsqueda de los orígenes nacionales fue una empresa que ocupó la mente de antropólogos y artistas a inicios del siglo xx. Se volvió una de las obsesiones más recurrentes en las investigaciones arqueológicas para entender de dónde venimos, y cuáles fueron las culturas que fundaron el territorio. Aquella indagación pronto se manifestó en el terreno artístico, a manos de personajes como Adolfo Best Maugard, Roberto Montenegro o Rafael Yela Günther (1888-1942). Artista guatemalteco del que poco se conoce, Yela Günther contribuyó de manera sustancial a elaborar las imágenes sobre aquel pasado remoto que se intentaba reconstruir.


Museo Anahuacalli: “Casa para los ídolos”

Daniel Vargas Parra

Desde la década de los veinte del siglo pasado, Diego desarrolló un modelo para la creación de un museo de arte antiguo mexicano, pero sería hasta 1940 cuando el pintor y arquitecto Juan O’Gorman diera sentido a las anotaciones de Rivera y el proyecto comenzara a materializarse en el barrio de San Pablo Tepetlapa, en las inmediaciones de la ciudad. Diego encontró en O’Gorman a un dialogante para establecer los principios mínimos de construcción de su museo. Con él compartió dibujos y esquemas imaginados a partir de su reflexión plástica en torno a la misma colección.


El arte prehispánico en los murales del Centro SCOP de Juan O’Gorman

Zyanya Ortega Hernández

Juan O’Gorman consideraba que el arte público debía contener un mensaje que sirviera a la clase trabajadora en su lucha social. La forma y el color debían ser retomados del arte prehispánico para que dicho mensaje fuera captado fácilmente y se creara un vínculo entre la obra y el espectador. Para que esto sucediera, los pintores debían tener un amplio conocimiento de la historia y la arqueología. Esto es notorio si se analizan sus murales en la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (1953-1954), donde colaboró con una extensa decoración exterior en mosaico de piedra a la par de José Chávez Morado y otros pintores.

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